sábado, 27 de junio de 2015

Mitos y Leyendas: La Xtabay

Leyenda Maya de la Xtabay
País: México

Dice pues la leyenda que la mujer Xtabay era una mujer inmensamente bella  que solía agradar al viajero que por las noches se aventuraba en los caminos del Mayab. Sentada al pie de una frondosa ceiba del bosque, lo atraía con cánticos, con frases dulces de amor, lo seducía, lo embrujaba y cruelmente lo destruía.
Los cuerpos destrozados de esos incautos enamorados aparecían al día siguiente con las más horribles huellas de rasguños, de mordidas y con el pecho abierto por uñas como garras. La mujer Xtabay nace de una planta espinosa, punzadora y mala y si aparece junto a las ceibas, es porque este árbol es sagrado para los hijos de la tierra del faisán y del venado y muchas veces en cobijo y sombra, se acogen bajo sus ramas, confiados en la protección de tan bello y útil árbol.
En un cierto pueblo de la península yucateca vivían dos mujeres; siendo el nombre de una de ellas la Xtabay, decían que estaba enferma de amor y pasión y que todo su afán era prodigar su cuerpo y su belleza que eran prodigiosos, a cuanto mancebo se lo solicitaba. La Xtabay tenía un corazón tan grande que la hacía socorrer a los humildes, amparar al necesitado, curar al enfermo y recoger a los animales que abandonaban por inútiles. Su grandeza de alma la llevaba hasta poblados lejanos para auxiliar al enfermo y se despojaba de las joyas que le daban sus enamorados y hasta de sus finas vestiduras para cubrir la desnudez de los desheredados. Jamás levantaba la cabeza en son altivo, nunca murmuró ni criticó a nadie y con absoluta humildad soportaba los insultos y humillaciones de las gentes. El nombre de la otra mujer era Utz-colel, vivía en una casa bien hecha, limpia y arreglada. Mujer virtuosa y recta, honesta y jamás había cometido ningún desliz ni el mínimo pecado amoroso. Pero era fría, orgullosa, dura de corazón y nunca jamás socorría al enfermo y sentía repugnancia por el pobre. Y un día las gentes del pueblo no vieron salir de su casa a la Xtabay; supusieron que andaba ofreciendo su cuerpo y sus pasiones, transcurrieron los días y de pronto por todo el pueblo se esparció un fino aroma de flores, nadie se explicaba de donde emanaba tan precioso aroma y así, buscando, fueron a dar a la casa de la Xtabay a la que hallaron muerta. Lo extraordinario, es que la Xtabay no estaba sola, varios animales cuidaban de su cuerpo del que brotaba aquel perfume que envolvía al pueblo. A tener conocimiento la Utz-colel de lo ocurrido dijo que era una vil mentira, ya que un cuerpo corrupto como el de la Xtabay, no podía emanar sino podredumbre y pestilencia, más que si tal cosa era verdad, debía ser cosa de los malos espíritus y que así continuaba provocando a los hombres. Agrego la Utz-colel que si de una mujer como la Xtabay escapaba en tal caso ese perfume, cuando ella muriera el perfume que escaparía de su cuerpo sería mucho más aromático y exquisito. La Xtabay fue enterrada y cuentease que al día siguiente, su tumba estaba cubierta de flores hermosas, tan tapizada como una cascada de olorosas florecillas desconocidas en el Mayab. Hoy la florecilla que naciera en la tumba de la Xtabay, es la actual flor Xtabentun que se da en forma silvestre en los caminos. El jugo de esta florecilla embriaga muy agradablemente, como debió ser el amor embriagador y dulce de la Xtabay. Poco después murió la Utz-colel y a su entierro acudió todo el pueblo que había ponderado sus virtudes y cantando y gritando que había muerto virgen y pura. Recordaron lo que había dicho en vida acerca de que al morir, su cadáver debería exhalar un perfume mucho mejor que el de la Xtabay; pero para asombro de todos, comprobaron que a poco de enterrada comenzó a escapar de la tierra floja, todavía, un hedor insoportable, el olor nauseabundo a cadáver putrefacto. Tzacam nombre de cactus erizado de espinas y de mal olor, es la flor que nació sobre la tumba de la Utz-colel, florecilla sin aroma y a veces de olor desagradable, como era el carácter y la falsa virtud de la Utz-colel. No es pues la Xtabay, la mujer que destruye a los hombres después de atraerlos con engaños al pie de las frondosas ceibas. La mujer que aparece en las ceibas es la Utz-colel, que regresa al mundo de los hombres disfrazada de la Xtabay. Aun hoy vaga en las noches de luna llena por los caminos del Mayab, buscando hombres que no gozo en vida, para seducirlos, desgarrarles el pecho y robarles el corazón.                                    .

La conciencia dormida de nuestros antepasados se nos muestra en forma de apariciones. Ellos nos susurran desde los derroteros situados entre el sueño y la vigilia. Nos hablan de nuestros más secretos terrores y deseos, mostrándonos un mundo que aflora en la penumbra de los bosques, un mundo profundo, atado y anudado con lazos ancestrales.



Mitos y Leyendas: La Llorona

Leyenda de la Llorona
 País: México

Este era el lamento que continuamente se escuchaba en la ciudad de México: ¡Ay de mis hijos, que será de mis hijos!. Se daba el toque de queda en la catedral y todos los habitantes de la ciudad cerraban las puertas de sus casas con cuanto tuvieran a la mano. Se encerraban a piedra y lodo, pues nadie quería ni siquiera asomar los ojos hacia fuera. 

Dicen que hasta los viejos soldados conquistadores, que demostraron su valentía en la conquista de México, no querían salir a la calle, al llegar esa hora terrible. Los hombres se encontraban cobardes y a las mujeres les temblaba todo el cuerpo; los corazones se sobresaltaban al oír este gemido terrible, largo, que penetraba hasta los huesos. 

¿Quién podría ser el valiente que se atreviese a salir a la calle ante ese llanto que causaba profunda lástima y que se escuchaba noche a noche por la ciudad entera? ¡La llorona! Clamaba la gente y del puro susto apenas podían murmurar una pequeña oración y con la mano temblorosa hacían la señal de la cruz. Las mujeres oprimían sus rosarios con el corazón, cruces o imágenes que llevaban colgando de sus cuellos.  La ciudad vivía verdaderamente aterrorizada. Cuando se escuchaban los gemidos de esta mujer, más de algún valiente quiso salir a ver quién era la persona que emitía esos gritos tan angustiosos, costándole en ocasiones a unos la vida o a otros el juicio que veían perdidos por el susto. Se decía que esto era cosa de ultratumba, pues si se tratara de gritos humanos, éstos no se escucharían a más de tres calles de distancia y sin embargo estos lamentos se oían por toda la ciudad; traspasaban paredes y todos los habitantes los escuchaban. 

Hubo algunos envalentonados por el vino, que al salir de las tabernas pretendían ir a su encuentro, encontrando en esta hazaña la muerte. Otros quedaron locos de la impresión y los menos, no volvieron a intentar esta aventura y preferían quedarse encerrados en sus casas.  La llorona era una mujer que flotaba en el aire, con un vestido blanco y cubría su descarnado rostro con un velo muy suave, que permitía verle la calavera de su cara. Cruzaba toda la ciudad con mucha lentitud; unas noches por unas calles o plazas y otras por distintas callejuelas; dicen los que la vieron que alzaba los brazos y emitía aquel quejido angustioso que asustaba a todos los que la escuchaban: ¡Ay, ay de mis hijos, que será de mis hijos! Luego se desvanecía en el aire y se trasladaba a otro sitio a emitir sus quejidos.  De una calle a otra, recorría plazas diversas, hasta llegar a la Plaza Mayor; allí se ponía de rodillas, besaba el suelo y se ponía a llorar con mucha desesperación, terminando con un largo ¡Ayyy! . Se levantaba y se encaminaba hacia la orilla del lago caminando lentamente y ahí se perdía, se vaporizaba en el aire y se perdía de vista, no se sabe si se sumergía en las aguas o se disolvía, puesto que los que la llegaron a seguir, dicen que en este sitio se perdía de vista.  Esto pasaba todas las noches en la ciudad de México y verdaderamente tenía inquietos a los habitantes de la ciudad, pues nadie podía explicarse quien era esa mujer y cuál era la razón de sus lamentos. Muchas eran las versiones que se daban en torno al suceso.                                 . 

Unos decían que esta mujer había fallecido lejos de su esposo a quien amaba profundamente y que venía de ultratumba a verle y a llorarle, pues no podía estar con él, pues se decía que dicho caballero había vuelto a contraer nupcias con una bella dama y que ya la había olvidado completamente. Otras lenguas afirmaban que la mujer nunca pudo desposarse con el caballero, pues la sorprendió la muerte antes de que le diera su mano y la razón por la cual venía del más allá, era para volverle a ver, pues resultaba que el tal caballero se encontraba perdido en vicios que perturbaban su alma.  Al decir de otras gentes, se creía que la mujer era viuda y que se lamentaba de esta forma, porque sus hijos huérfanos estaban sumidos en la más honda desgracia, sin que ningún corazón se moviese por ayudarlos. También se corría la versión de que la mujer era una pobre madre a quien le asesinaron a todos sus hijos y que su salir de la tumba era para llorarles. 

Otros afirmaban que había sido una esposa infiel y que como no hallaba paz en la otra vida, venía del mundo de los muertos, con el fin de alcanzar el perdón por sus faltas cometidas en vida. Algunos decían que la mujer había sido asesinada por un marido celoso; se comentaba también que la famosa llorona era la célebre Doña Marina, quien de todos es sabido que vivió amancebada con el conquistador Hernán Cortés y que venía a este mundo con permiso del Cielo, a llenar el aire de lamentaciones, en franca señal de arrepentimiento, por haber traicionado a su pueblo, al ponerse del lado de los conquistadores españoles y que cometieron tantas brutalidades contra su  pueblo.  Esta pobre alma viajaba por todo el país de México, llegando a cada ciudad en donde; en las noches de luna se veía pasar su silueta blanca y profiriendo sus espantosos lamentos que asustaban al ganado; se le llegó a ver hincada al pie de cruces; salía con gran misterio de las cuevas, donde habitaban salvajes fieras emitiendo siempre su lamento ¡Ay, ay de mis hijos, que será   de mis hijos!.      

viernes, 26 de junio de 2015

Mitos y Leyendas: El Mito del Sol y la Luna

El Mito del Sol y la Luna
País: México


Antes de que hubiera día en el mundo, se reunieron los dioses en Teotihuacan. 
-¿Quién alumbrará al mundo?- preguntaron. 
Un dios arrogante que se llamaba Tecuciztécatl, dijo: 
-Yo me encargaré de alumbrar al mundo. 
Después los dioses preguntaron: 
-¿Y quién más? -Se miraron unos a otros, y ninguno se atrevía a ofrecerse para aquel oficio. 
-Sé tú el otro que alumbre -le dijeron a Nanahuatzin, que era un dios feo, humilde y callado, y él obedeció de buena voluntad. 
 Luego los dos comenzaron a hacer penitencia para llegar puros al sacrificio. Después de cuatro días, los dioses se reunieron alrededor del fuego. 
Iban a presenciar el sacrificio de Tecuciztécatl y Nanahuatzin. entonces dijeron: 
-¡Ea pues, Tecuciztécatl! ¡Entra tú en el fuego! y Él hizo el intento de echarse, pero le dio miedo y no se atrevió. 
Cuatro veces probó, pero  no pudo arrojarse 
Luego los dioses dijeron: 
-¡Ea pues Nanahuatzin! ¡Ahora prueba tú! -Y este dios, cerrando los ojos, se arrojó al fuego. 
Cuando Tecuciztécatl vio que Nanahuatzin se había echado al fuego, se avergonzó de su cobardía y también se aventó. 
Después los dioses miraron hacia el Este y dijeron: 
-Por ahí aparecerá Nanahuatzin Hecho Sol-. Y fue cierto. 
Nadie lo podía mirar porque lastimaba los ojos. 
 Resplandecía y derramaba rayos por dondequiera. Después apareció Tecuciztécatl hecho Luna. 
En el mismo orden en que entraron en el fuego, los dioses aparecieron por el cielo hechos Sol y Luna. 
Desde entonces hay día y noche en el mundo




Mitos y Leyendas: El Sapo

Leyenda del Sapo

En un riachuelo cantarín que se encontraba rodeado de flores multicolores habitaba una colonia de sapos que en las tardes lluviosas croaban como una afinada orquesta. Sus cantos graves alegraban el lugar y los animales vecinos: peces, pájaros, mariposas, lagartijas y muchos insectos, disfrutaban de ellos y todos vivían felices. 
Un día, llegó a la colonia un sapo fuerte y guapo y todos lo recibieron y le dieron hospedaje. El sapo al verse rodeado de atenciones empezó a creerse demasiado, pues las sapitas más bonitas lo rodeaban todas las tardes y le pedían que contara sus aventuras por el mundo y que les cantara románticas canciones de amor.
Los otros sapos creyeron que si se portaban como el sapo forastero conquistarían de nuevo a sus novias y empezaron a comportarse mal. Se paseaban de un lado a otro presumiendo sus largas patas, inflaban su pecho y dejaban salir ruidos que aturdían a los vecinos, hacían concursos de saltos y de nado.
 Los demás animales hicieron una junta, pues en aquél lugar ya no era posible vivir, y no estaban dispuestos a abandonarlo y dejarlo en poder de unos sapos presumidos. Todos hablaban al mismo tiempo y cada uno decía lo que se debería hacer para solucionar el asunto. Además se acusaban entre sí por haber recibido al sapo extraño que era el responsable de aquel caos.
Una hormiga anciana puso orden entre todos y les dijo: 
_ Escuchen amigos, desde hace varios días yo ya tengo la solución, es sencilla pero todos debemos de ayudar. 
_ ¿De qué se trata? -preguntó- una hermosa mariposa
_ ¿Los correremos de aquí? - dijo molesto un grillo
_ Nada de eso - contestó la sabia hormiga. Al contrario, organizaremos un gran concurso para elegir al sapo más apuesto.
-_ ¿Qué?- respondieron todos en coro.
_ Miren, les explicó la hormiga, les fabricaremos a todos los sapos un traje de lodo para que concursen y ya verán lo que sucede. 
Al enterarse del concurso, los sapos hicieron largas filas para inscribirse; se entrenaban más y se veían al espejo pensando cada uno que sería el ganador. Llegó el gran día.
Todos los animales traían puestos sus trajes de costureras y sastres y empezaron a vestir a los concursantes. A cada sapo le hicieron un traje de lodo a la medida. Ellos impacientes preguntaban a qué hora podrían verse al espejo.
Los animales estaban agotados, pues habían pasado todo el día trabajando y ya casi era de noche. La hormiga, que iba a elegir al sapo ganador después del desfile de belleza los formó a todos y les dijo:
_ Bien, ya solo falta la prueba de valor, tendrán que pasar toda la noche en este lugar sin moverse para nada. Mañana diré quién es el ganador.
Los sapos se rieron de esa prueba tan sencilla, se acomodaron y se quedaron totalmente quietos. Al otro día ya no aguantaban el sol, no sabían que les había pasado en su suave piel, sentían hinchados los ojos y tenían mucha comezón. Después de un gran rato llegaron todos los animales cargando un gran espejo; al frente de ellos iba la pequeña hormiga. Miró a los sapos ya desesperados e impacientes y les dijo:
---Ustedes mismos sabrán quien es el ganador cuando se miren al espejo. Todos dieron grandes saltos y se pusieron frente al espejo. Su sorpresa fue mucha. No podían creer lo que estaban viendo. Sus cuerpos antes atléticos estaban inflados, igual que sus ojos y su piel que antes era suave, ahora  era rugosa y áspera. 
Molestos voltearon al ver a todos los animales que se reían de ellos. La hormiga les dijo: Ese es su castigo por vanidosos. El traje que se le confeccionó a cada uno de ustedes era puro lodo, que al secarse al sol se volvió tieso y restiró su piel. Ahora serán feos y se esconderán del mundo y solo saldrán en las tardes lluviosas cuando casi nadie pasea. Desde entonces los sapos hibernan para ocultar su fealdad.






lunes, 22 de junio de 2015

Mitos y Leyendas: El Mayab, la Tierra del Faisán y del Venado

Mito maya,el Mayab, la Tierra  del Faisán y del Venado
País: México


Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza.  Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso. 
Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.  Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran. 
Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre. 
Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar. 
Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:  —Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron. 
 Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab. 


Mitos y Leyendas: El Murciélago

Leyenda del Murciélago
Pais: México


Cuenta la leyenda que el  murciélago una vez fue el ave más bella de la Creación. 
 El murciélago al principio era tal y como lo conocemos hoy y se llamaba biguidibela (biguidi = mariposa y bela = carne; el nombre venía a significar algo así como mariposa desnuda). 
Un día frío subió al cielo y le pidió plumas al creador, como había visto en otros animales que volaban. Pero el creador no tenía plumas, así que le recomendó bajar de nuevo a la tierra y pedir una pluma a cada ave. Y así lo hizo el murciélago, eso sí, recurriendo solamente a las aves con plumas más vistosas y de más colores. 
Cuando acabó su recorrido, el murciélago se había hecho con un gran número de plumas que envolvían su cuerpo. 
Consciente de su belleza, volaba y volaba mostrándola orgulloso a todos los pájaros, que paraban su vuelo para admirarle. Agitaba sus alas ahora emplumadas, aleteando feliz y con cierto aire de prepotencia. Una vez, como un eco de su vuelo, creó el arco iris. Era todo belleza.
Pero era tanto su orgullo que la soberbia lo transformó en un ser cada vez más ofensivo para con las aves.
Con su continuo pavoneo, hacía sentirse chiquitos a cuantos estaban a su lado, sin importar las cualidades que ellos tuvieran. Hasta al colibrí le reprochaba no llegar a ser dueño de una décima parte de su belleza.
Cuando el Creador vio que el murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde también se pavoneó y aleteó feliz. Aleteó y aleteó mientras sus plumas se desprendían una a una, descubriéndose de nuevo desnudo como al principio. 
Durante todo el día llovieron plumas del cielo, y desde entonces nuestro murciélago ha permanecido desnudo, retirándose a vivir en cuevas y olvidando su sentido de la vista para no tener que recordar todos los colores que una vez tuvo y perdió. 











Mitos y leyendas: El Chom

Leyenda Maya del Chom
País: México



Cuenta la leyenda que en Uxmal, una de las ciudades más importantes de El Mayab, vivió un rey al que le gustaban mucho las fiestas. Un día, se le ocurrió organizar un gran festejo en su palacio para honrar al Señor de la Vida, llamado Hunab ku, y agradecerle por todos los dones que había dado a su pueblo.  El rey de Uxmal ordenó con mucha anticipación los preparativos para la fiesta. Además invitó a príncipes, sacerdotes y guerreros de los reinos vecinos, seguro de que su festejo sería mejor que cualquier otro y que todos lo envidiarían después. Así, estuvo pendiente de que su palacio se adornara con las más raras flores, además de que se prepararan deliciosos platillos con carnes de venado y pavo del monte. Y no podía faltar el balché, un licor embriagante que le encantaría a los invitados. Por fin llegó el día de la fiesta. El rey de Uxmal se vistió con su traje de mayor lujo y se cubrió con finas joyas; luego, se asomó a la terraza de su palacio y desde allí contempló con satisfacción su ciudad, que se veía más bella que nunca. Entonces se le ocurrió que ese era un buen lugar para que la comida fuera servida, pues desde allí todos los invitados podrían contemplar su reino. El rey de Uxmal ordenó a sus sirvientes que llevaran mesas hasta la terraza y las adornaran con flores y palmas. Mientras tanto, fue a recibir a sus invitados, que usaban sus mejores trajes para la ocasión. Los sirvientes tuvieron listas las mesas rápidamente, pues sabían que el rey estaba ansioso por ofrecer la comida a los presentes. Cuando todo quedó acomodado de la manera más bonita, dejaron sola la comida y entraron al palacio para llamar a los invitados.  Ese fue un gran error, porque no se dieron cuenta de que sobre la terraza del palacio volaban unos zopilotes, o chom, como se les llama en lengua maya. En ese entonces, estos pájaros tenían plumaje de colores y elegantes rizos en la cabeza. Además, eran muy tragones y al ver tanta comida se les antojó. Por eso estuvieron un rato dando vueltas alrededor de la terraza y al ver que la comida se quedó sola, los chom volaron hasta la terraza y en unos minutos se la comieron toda. 
Justo en ese momento, el rey de Uxmal salió a la terraza junto con sus invitados. El monarca se puso pálido al ver a los pájaros saborearse el banquete. Enojadísimo, el rey gritó a sus flecheros: 
—¡Maten a esos pájaros de inmediato! 
Al oír las palabras del rey, los chom escaparon a toda prisa; volaron tan alto que ni una sola flecha los alcanzó. 
—¡Esto no se puede quedar así! —gritó el rey de Uxmal— Los chom deben ser castigados. 
—No se preocupe, majestad; pronto hallaremos la forma de cobrar esta ofensa —contestó muy serio uno de los sacerdotes, mientras recogía algunas plumas de zopilote que habían caído al suelo. 
Los hombres más sabios se encerraron en el templo; luego de discutir un rato, a uno de ellos se le ocurrió cómo castigarlos. Entonces, tomó las plumas de chom y las puso en un bracero para quemarlas; poco a poco, las plumas perdieron su color hasta volverse negras y opacas. Después, uno de los sacerdotes las molió hasta convertirlas en un polvo negro muy fino, que echó en una vasija con agua. Pronto, el agua se volvió un caldo negro y espeso. Una vez que estuvo listo, los sacerdotes salieron del templo. Uno de ellos buscó a los sirvientes y les dijo: 
—Lleven comida a la terraza del palacio, la necesitamos para atraer a los zopilotes. 
La orden fue obedecida de inmediato y pronto hubo una mesa llena de platillos y muchos chom que volaban alrededor de ella. Como el día de la fiesta todo les había salido muy bien, no lo pensaron dos veces y bajaron a la terraza para disfrutar de otro banquete.  Pero no contaban con que esta vez los hombres se escondieron en la terraza; apenas habían puesto las patas sobre la mesa, cuando dos sacerdotes salieron de repente y lanzaron el caldo negro sobre los chom, mientras repetían unas palabras extrañas. Uno de ellos alzó la voz y dijo: 
—No lograrán huir del castigo que merecen por ofender al rey de Uxmal. Robaron la comida de la fiesta de Hunab ku, el Señor que nos da la vida, y por eso jamás probarán de nuevo alimentos tan exquisitos. A partir de hoy estarán condenados a comer basura y animales muertos, sólo de eso se alimentarán. 
 Al oír esas palabras y sentir sus plumas mojadas, los chom quisieron escapar volando muy alto, con la esperanza de que el sol les secara las plumas y acabara con la maldición, pero se le acercaron tanto, que sus rayos les quemaron las plumas de la cabeza. Cuando los chom sintieron la cabeza caliente, bajaron de uno en uno a la tierra; pero al verse, su sorpresa fue muy grande. Sus plumas ya no eran de colores, sino negras y resecas, porque así las había vuelto el caldo que les aventaron los sacerdotes. Además, su cabeza quedó pelona. Desde entonces, los chom vuelan lo más alto que pueden, para que los demás no los vean y se burlen al verlos tan cambiados. Sólo bajan cuando tienen hambre, a buscar su alimento entre la basura, tal como dijeron los sacerdotes.


Mitos y Leyendas: El Canancol

 Leyenda Maya del Canancol
País: México

Cuénteme, don Nico: ¿por qué pone ese muñeco con esa piedra en la mano en medio de su milpa?, pregunté un día a un ancianito agricultor.  Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba: Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común; es algo más; cuando llega la noche toma fuerzas y ronda por todo el sembrado; es mi sirviente... Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí... soy su amo. Don Nico siguió diciendo: Después de la quema de la milpa se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se orienta la milpa del lado de Lakín (Oriente) y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que hacerlo un men (hechicero) se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá un tamaño relacionado con la extensión de la milpa. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes (frijoles blancos); se viste con holoch (hojillas que cubren las mazorcas). El canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el brujo ponga uno de aquellos órganos al muñeco, llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo de la milpa), y le dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco es ensalmado con hierbas y presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia; se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el fuego sagrado por espacio de una hora; mientras tanto, el brujo reparte entre los concurrentes balché , que es un aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es cosa que sólo el men ve. La ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el brujo da una cortada al dedo meñique del amo de la milpa, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero practicado en la mano derecha del muñeco, agujero que llega hasta el codo.   El men cierra el orificio de la mano del muñeco, y con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: Hoy comienza tu vida. Este (señalando al dueño), es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia... Que los dioses te castigarán si no cumples. Esta milpa es tuya. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma. Y en el acto coloca en la mano derecha del muñeco una piedra.  Durante la quema y el crecimiento de la milpa el canancol está cubierto con palmas de huano; pero cuando el fruto comienza a despuntar, se descubre... y cuenta la gente sencilla que el travieso o ladrón que trate de robar recibe pedradas mortales. Es por lo que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.   Es tan firme esta creencia, que si por aquella época y lugar se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol.
 El dueño, al llegar a la milpa, toma sus precauciones y antes de entrar le silba tres veces, señal convenida; despacio se aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día, y al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la mano del canancol, y al salir silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que para entretenerse, silba como el venado.
Después de la cosecha se hace un hanincol (comida de milpa) en honor del canancol; terminada la ceremonia se derrite el muñeco y la cera se utiliza para hacer velas. 

Cuentos Para Niños: Yorinda y Yoringuel

Yorinda y Yoringuel
Por:Guillermo y Jacobo Grimm

Había un castillo muy viejo en medio de un bosque muy grande y
oscuro; y en el castillo vivía sola una bruja. De día, la bruja se convertía
en gato o en lechuza; de noche, volvía a su forma de vieja. La bruja tenía
el poder de atraer a los pájaros y a las fieras, y se los comía; y si alguien
se acercaba al castillo, se quedaba encantado y sin poderse mover, hasta
que la bruja le dejaba marcharse. Y si se acercaba alguna niña, la bruja la
convertía en pájaro, la metía en una jaula de mimbre y llevaba la jaula a
un cuartito del castillo. Tenía más de siete mil jaulas con niñas convertidas
en pájaros.
Había también en aquel tiempo una niña llamada Yorinda: era más
hermosa que todas las niñas de su tierra, y quería mucho a un joven que se
llamaba Yoringuel, que pensaba casarse con ella. Les gustaba estar juntos,
y un día se fueron a pasear al bosque. Yoringuel dijo a la niña:
–No te acerques nunca al castillo.
Era una tarde hermosa; el sol brillaba entre los árboles del bosque, y
las hojas estaban doradas y verdes, y una tórtola cantaba en las ramas de
un árbol viejo. De pronto, Yorinda empezó a ponerse triste, triste, sin saber
por qué, y empezó a llorar. Y Yoringuel se puso a llorar también; se habían
perdido, no sabían cómo volver y tenían miedo del bosque. El sol ya se
estaba poniendo; Yoringuel miró a su alrededor y vio entre los árboles, allí, muy cerca de ellos, el muro
del castillo. Yoringuel se asustó, y Yorinda empezó a cantar:
♪ ♪ ♪ “Pajarillo rojo,
canta en la rama.
¡Cómo canta a la muerte
del que más ama!
¡Ay, amor!”
Yoringuel miró a Yorinda; la niña se había convertido en un ruiseñor,
y ya no cantaba con palabras, sino con trinos y silbidos. Pasó una lechuza
de ojos de fuego, voló tres veces sobre ellos y chilló: “¡Chiú, Chiú, Chiú!”
Yoringuel no podía moverse: estaba allí como una piedra,
y no podía llorar, no podía gritar, no podía mover ni una mano ni un
pie.
El sol ya se había puesto; la lechuza se escondió en unas matas, y de
las matas salió una vieja flaca, jorobada y espantosa, con ojos colorados y
nariz puntiaguda que casi tocaba con la barbilla; la vieja iba rezongando,
se agachó, cogió al ruiseñor y se lo llevó en la mano.
Yoringuel vio como se llevaba la vieja al ruiseñor, y no podía hablar,
no podía moverse. Luego la vieja volvió y dijo con una voz horrible:
–¡Hola, Zaquiel! Cuando brille la lunita en la cestita, desata, Zaquiel,
y que te vaya bien. Yoringuel sintió entonces que podía moverse; se
arrodilló delante de la vieja y le pidió que le devolviera a Yorinda;
Pero la bruja le dijo que no vería a la niña nunca más, y se marchó.
Yoringuel gritó, lloró, llamó a la vieja; pero no le sirvió de nada. Yoringuel
echó a andar y al fin llegó a un pueblecito que no había visto nunca; se
quedó allí mucho tiempo, de pastor.
Iba a veces con sus ovejas hacia el castillo, pero no se atrevía a
acercarse demasiado. Y una noche, soñó que encontraba una flor muy
roja, que tenía entre las hojas una perla grande: él arrancaba la flor, iba
hacia el castillo, y todo lo que tocaba con la flor se desencantaba; y soñó
que con la flor desencantaba también a Yorinda.
Cuando se despertó, empezó a buscar por los montes y los valles la
flor roja; y al noveno día la encontró: era roja como la sangre, y en el centro
tenía una gota de rocío, grande como la perla más hermosa. Cortó la flor
y la llevó día y noche, hasta que llegó al castillo. Y cuando estuvo a cien
pasos del castillo, no se quedó encantado, sino que pudo seguir; llegó a la
puerta, la tocó con la flor, y la puerta se abrió. Yoringuel entró en el patio
del castillo, se puso a escuchar y al fin oyó a los pájaros encantados; fue
a buscarlos, y se encontró con la bruja, que estaba dando de comer a los
siete mil pájaros de las siete mil jaulas. Cuando la bruja vio a Yoringuel,
¡cómo se puso, qué gritos dio! Chillaba, Insultaba a Yoringuel, le escupía
veneno... pero Yoringuel tenía la flor en la mano, y la bruja no podía
acercarse a él.
Yoringuel miró todas las aquellas jaulas: ¿Cuál de los pájaros sería
Yorinda? Y en esto vio que la bruja se llevaba con disimulo una de las
jaulas hacia la puerta; Yoringuel dio un salto, tocó la jaula con la flor, y
tocó también a la bruja. La bruja perdió en aquel momento su poder de
hechizar; el pájaro de la jaula se convirtió en Yorinda; Yoringuel la abrazó,
y luego fue desencantando a todos los otros pájaros, que se convirtieron
en niñas y se marcharon con Yorinda y Yoringuel, y todos volvieron a sus
casas muy felices.

sábado, 20 de junio de 2015

Cuentos Para Niños: Caperucita Roja

Caperucita Roja
Por: Jacobo y Guillermo Grimm

Había una niña tan buena y tan cariñosa, que todos la querían; y la
que más la quería era su abuelita. La abuelita ya no sabía que regalar a su
nieta: la mimaba muchísimo. Una vez le regaló una gorrita de terciopelo
rojo; la niña estaba muy bonita con ella, y no se la quitaba nunca. Y la
gente le empezó a llamar Caperucita Roja.
Un día, su madre le dijo:
-Ven, Caperucita, quiero que lleves a la abuela este pastel y esta
botella de vino. La pobre abuelita está mala, y hay que darle cosas ricas
para que se ponga fuerte. Será mejor que te vayas ahora, antes de que
haga más calor; no corras ni salgas del camino, no se vaya a romper la
botella y la abuelita se quede sin vino. Y cuando llegues a su casa, no
empieces a curiosear por todos los rincones; di primero buenos días, como
una niña bien educada.
-Descuida madre; haré bien el recado –dijo Caperucita.
La abuela vivía lejos, en el bosque, a media hora del pueblo; y
cuando Caperucita entró en el bosque se encontró con el lobo. Caperucita
no sabía que el lobo era malo, y no se asustó.
-Buenos días Caperucita -dijo el lobo.
-Buenos días lobo –dijo Caperucita.
-¿Dónde vas tan de mañana? –le preguntó el lobo.
-Voy a casa de mi abuelita –contestó Caperucita.
-¿Qué llevas en el delantal? –preguntó el lobo.
-Llevo un pastel y vino para mi abuelita, que está mala.
-¿Dónde vive tu abuelita?
-Vive aquí en el bosque, junto a los tres robles grandes, al lado de los
avellanos; seguro que has visto su casa.
Y el lobo pensó: “¡Qué gordita es esta niña, y qué tierna debe ser!
Estará mucho más rica que su abuelita. Voy a ver si me las como a las
dos”.
El lobo caminó un rato al lado de Caperucita, y luego dijo:
-Caperucita, mira qué flores más bonitas hay por aquí. ¿Por qué no
llevas algunas a tu abuela?
Caperucita miró las flores; estaban preciosas allí en el bosque, al sol.
-Sí, lobo, tienes razón; voy a coger un ramo para mi abuelita. Es muy
temprano y tengo tiempo.
Salió del camino y empezó a coger flores; y siempre veía una flor
todavía más bonita un poco más allá, y de esta manera se fue alejando del
camino, y el lobo echó a correr para llegar antes a casa de la abuela; llegó
y llamó:
-¿Quién llama? –preguntó la abuela.
-Soy Caperucita, y te traigo pastel y vino. ¡Ábreme, abuelita!
-¡Corre el cerrojo! Yo estoy muy floja y no me puedo levantar.
El lobo corrió el cerrojo, abrió la puerta, saltó hacia la cama de la
abuela y se la tragó. Y luego se puso su ropa, se ató su gorro, se metió en la
cama y cerró las cortinas.
Caperucita, en el bosque, tenía ya un ramo muy grande; no le cabía
ni una flor más. Echó a correr y llegó a la casa de su abuela. Le extrañó ver
la puerta abierta; y al entrar en la habitación, sin saber por qué, se asustó
un poco, y pensó:
“¡Qué raro! No sé por qué estoy asustada, con lo que me gusta venir
a casa de la abuela”
Y entonces se acercó a la cama y dijo:
-Abuelita, buenos días.
Nadie le contestó; la niña descorrió las cortinas de la cama, y allí vio
a su abuela muy tapada y con el gorro de dormir metido hasta las narices.
-Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
-Para oírte mejor...
-Abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
-Para verte mejor...
-Abuelita, ¡qué manos tan grandes tienes!
-¡Para cogerte mejor!
-¡Ay, abuelita! ¡Qué boca tan grande tienes!
-¡Para comerte mejor!
El lobo dio un salto y ¡se tragó a Caperucita! Ya había comido bien,
y se volvió a meter en la cama y se quedó dormido. Empezó a roncar, a
roncar con unos ronquidos tremendos, y un cazador que pasaba por allí, al
oír aquellos ronquidos, pensó: “¡Caramba con la abuelita, qué manera de
roncar! Voy a entrar, no sea que se encuentre mal”.
El cazador entró, se acercó a la cama, vio al lobo dormido y dijo:
-¡Ya te contaré, viejo bribón! ¡Con el tiempo que llevaba buscándote!
El cazador iba a matar al lobo de un tiro; pero de pronto pensó que
a lo mejor el lobo se había comido a la abuela, y en lugar de disparar su
escopeta, buscó unas tijeras y le abrió al lobo la barriga, por si la abuela
estaba aún viva. Y, al primer tijerazo, vio una cosa roja, y era caperucita; y
en seguida salió la niña, gritando:
-¡Ay qué susto más grande! ¡Ay, qué oscuro estaba en la barriga del
lobo!
Y la abuelita salió también, medio muerta de miedo. Caperucita
buscó en seguida piedras bien grandes, le rellenó al lobo la barriga de
piedras, y cuando el lobo se despertó y quiso echar a correr, se cayó al
suelo, porque las piedras pesaban mucho. Se cayó, reventó y se murió. Y
Caperucita, la abuela y el cazador se pusieron muy contentos; el cazador
se quedó con la piel del lobo; la abuela se comió el pastel y se bebió el vino,
y se puso buena. Y Caperucita dijo:
-Ya no volveré a desobedecer a mi madre, y no saldré del camino
cuando vaya sola por el bosque.

Cuentos Para Niños: El Patito Feo

El Patito Feo
Por: Hans Christian Andersen

Qué hermosa estaba la campiña! Había llegado el verano: el trigo
estaba amarillo; la avena, verde; la hierba de los prados, cortada ya,
quedaba recogida en los pajares, en cuyos tejados se paseaba la cigüeña,
con sus largas patas rojas, hablando en egipcio, que era la lengua que le
enseñara su madre. Rodeaban los campos y prados grandes bosques, y
entre los bosques se escondían lagos profundos. ¡Qué hermosa estaba la
campiña! Bañada por el sol levantábase una mansión señorial, rodeada
de hondos canales, y desde el muro hasta el agua crecían grandes plantas
trepadoras formando una bóveda tan alta que dentro de ella podía estar
de pie un niño pequeño, mas por dentro estaba tan enmarañado, que
parecía el interior de un bosque. En medio de aquella maleza, una gansa,
sentada en el nido, incubaba sus huevos. Estaba ya impaciente, pues
¡tardaban tanto en salir los polluelos, y recibía tan pocas visitas!
Los demás patos preferían nadar por los canales, en vez de entrar a
hacerle compañía y charlar un rato.
Por fin empezaron a abrirse los huevos, uno tras otro. «¡Pip, pip!»,
decían los pequeños; las yemas habían adquirido vida y los patitos
asomaban la cabecita por la cáscara rota.
- ¡Qué grande es el mundo! -exclamaron los polluelos, pues ahora
tenían mucho más sitio que en el interior del huevo.
- ¿Creéis que todo el mundo es esto? -dijo la madre-. Pues andáis
muy equivocados. El mundo se extiende mucho más lejos, hasta el otro
lado del jardín, y se mete en el campo del cura, aunque yo nunca he estado
allí. ¿Estáis todos? -prosiguió, incorporándose-. Pues no, no los tengo
todos; el huevo gordote no se ha abierto aún. ¿Va a tardar mucho? ¡Ya
estoy hasta la coronilla de tanto esperar!
- Bueno, ¿qué tal vamos? -preguntó una vieja gansa que venía de
visita.
- ¡Este huevo que no termina nunca! -respondió la clueca-. No
quiere salir. Pero mira los demás patitos: ¿verdad que son lindos? Todos se
parecen a su padre; y el sinvergüenza no viene a verme.
- Déjame ver el huevo que no quiere romper -dijo la vieja-. Créeme,
esto es un huevo de pava; también a mi me engañaron una vez, y pasé
muchas fatigas con los polluelos, pues le tienen miedo al agua. No pude
con él; me desgañité y lo puse verde, pero todo fue inútil. A ver el huevo. Sí,
es un huevo de pava. Déjalo y enseña a los otros a nadar.
- Lo empollaré un poquitín más dijo la clueca-. ¡Tanto tiempo he
estado encima de él, que bien puedo esperar otro poco!
- ¡Cómo quieras! -contestó la otra, despidiéndose.
Al fin se partió el huevo. «¡Pip, pip!» hizo el polluelo, saliendo de la
cáscara. Era gordo y feo; la gansa se quedó mirándolo:
- Es un pato enorme -dijo-; no se parece a ninguno de los otros; ¿será
un pavo? Bueno, pronto lo sabremos; del agua no se escapa, aunque tenga
que zambullirse a trompazos.
El día siguiente amaneció espléndido; el sol bañaba las verdes hojas
de la enramada. La madre se fue con toda su prole al canal y, ¡plas!, se
- ¡cuac, cuac! - gritaban con todas sus fuerzas, mirando a todos
lados por entre las verdes hojas. La madre los dejaba, pues el verde es
bueno para los ojos.
- ¡Qué grande es el mundo! -exclamaron los polluelos, pues ahora
tenían mucho más sitio que en el interior del huevo.
- ¿Creéis que todo el mundo es esto? -dijo la madre-. Pues andáis
muy equivocados. El mundo se extiende mucho más lejos, hasta el otro
lado del jardín, y se mete en el campo del cura, aunque yo nunca he estado
allí. ¿Estáis todos? -prosiguió, incorporándose-. Pues no, no los tengo
todos; el huevo gordote no se ha abierto aún. ¿Va a tardar mucho? ¡Ya
estoy hasta la coronilla de tanto esperar!
- Bueno, ¿qué tal vamos? -preguntó una vieja gansa que venía de
visita.
- ¡Este huevo que no termina nunca! -respondió la clueca-. No
quiere salir. Pero mira los demás patitos: ¿verdad que son lindos? Todos se
parecen a su padre; y el sinvergüenza no viene a verme.
- Déjame ver el huevo que no quiere romper -dijo la vieja-. Créeme,
esto es un huevo de pava; también a mi me engañaron una vez, y pasé
muchas fatigas con los polluelos, pues le tienen miedo al agua. No pude
con él; me desgañité y lo puse verde, pero todo fue inútil. A ver el huevo. Sí,
es un huevo de pava. Déjalo y enseña a los otros a nadar.
- Lo empollaré un poquitín más dijo la clueca-. ¡Tanto tiempo he
estado encima de él, que bien puedo esperar otro poco!
- ¡Cómo quieras! -contestó la otra, despidiéndose.
Al fin se partió el huevo. «¡Pip, pip!» hizo el polluelo, saliendo de la
cáscara. Era gordo y feo; la gansa se quedó mirándolo:
- Es un pato enorme -dijo-; no se parece a ninguno de los otros; ¿será
un pavo? Bueno, pronto lo sabremos; del agua no se escapa, aunque tenga
que zambullirse a trompazos.
El día siguiente amaneció espléndido; el sol bañaba las verdes hojas
de la enramada. La madre se fue con toda su prole al canal y, ¡plas!, se arrojó al agua. «¡Cuac, cuac!» -gritaba, y un polluelo tras otro se fueron
zambullendo también; el agua les cubrió la cabeza, pero enseguida
volvieron a salir a flote y se pusieron a nadar tan lindamente. Las patitas
se movían por sí solas y todos chapoteaban, incluso el último polluelo
gordote y feo.
- Pues no es pavo -dijo la madre-. ¡Fíjate cómo mueve las patas, y
qué bien se sostiene! Es hijo mío, no hay duda. En el fondo, si bien se mira,
no tiene nada de feo, al contrario. ¡Cuac, cuac! Venid conmigo, os enseñaré
el gran mundo, os presentaré a los patos del corral. Pero no os alejéis de mi
lado, no fuese que alguien os atropellase; y ¡mucho cuidado con el gato!
Y se encaminaron al corral de los patos, donde había un barullo
espantoso, pues dos familias se disputaban una cabeza de anguila. Y al fin
fue el gato quien se quedó con ella.
- ¿Veis? Así va el mundo -dijo la gansa madre, afilándose el pico,
pues también ella hubiera querido pescar el botín-. ¡Servíos de las patas!
y a ver si os despabiláis. Id a hacer una reverencia a aquel pato viejo de
allí; es el más ilustre de todos los presentes; es de raza española, por eso
está tan gordo. Ved la cinta colorada que lleva en la pata; es la mayor
distinción que puede otorgarse a un pato. Es para que no se pierda y para
que todos lo reconozcan, personas y animales. ¡Ala, sacudiros! No metáis
los pies para dentro. Los patitos bien educados andan con las piernas
esparrancadas, como papá y mamá. ¡Así!, ¿veis? Ahora inclinad el cuello y
decir: «¡cuac!».
Todos obedecieron, mientras los demás gansos del corral los
miraban, diciendo en voz alta:
- ¡Vaya! sólo faltaban éstos; ¡como si no fuésemos ya bastantes!
Y, ¡qué asco! Fijaos en aquel pollito: ¡a ése sí que no lo toleramos! -. Y
enseguida se adelantó un ganso y le propinó un picotazo en el pescuezo.
- ¡Déjalo en paz! -exclamó la madre-. No molesta a nadie.
Sí, pero es gordote y extraño -replicó el agresor-; habrá que
sacudirlo.
- Tiene usted unos hijos muy guapos, señora -dijo el viejo de la pata
vendada-. Lástima de este gordote; ése sí que es un fracaso. Me gustaría
que pudiese retocarlo.
- No puede ser, Señoría -dijo la madre-. Cierto que no es hermoso,
pero tiene buen corazón y nada tan bien como los demás; incluso diría que
mejor. Me figuro que al crecer se arreglará, y que con el tiempo perderá
volumen. Estuvo muchos días en el huevo, y por eso ha salido demasiado
robusto -. Y con el pico le pellizcó el pescuezo y le alisó el plumaje -.
Además, es macho -prosiguió-, así que no importa gran cosa. Estoy segura
de que será fuerte y se despabilará.
- Los demás polluelos son encantadores de veras -dijo el viejo-.
Considérese usted en casa; y si encuentra una cabeza de anguila, haga el
favor de traérmela.
Y de este modo tomaron posesión de la casa.
El pobre patito feo no recibía sino picotazos y empujones, y era el
blanco de las burlas de todos, lo mismo de los gansos que de las gallinas.
«¡Qué ridículo!», se reían todos, y el pavo, que por haber venido al mundo
con espolones se creía el emperador, se henchía como un barco a toda
vela y arremetía contra el patito, con la cabeza colorada de rabia. El pobre
animalito nunca sabía dónde meterse; estaba muy triste por ser feo y
porque era la chacota de todo el corral.
Así transcurrió el primer día; pero en los sucesivos las cosas se
pusieron aún peor. Todos acosaban al patito; incluso sus hermanos lo
trataban brutalmente, y no cesaban de gritar: - ¡Así te pescara el gato,
bicho asqueroso!; y hasta la madre deseaba perderlo de vista. Los patos
lo picoteaban; las gallinas lo golpeaban, y la muchacha encargada de
repartir el pienso lo apartaba a puntapiés.
Al fin huyó, saltando la cerca; los pajarillos de la maleza se echaron
a volar, asustados. «¡Huyen porque soy feo!», dijo el pato, y, cerrando los
ojos, siguió corriendo a ciegas. Así llegó hasta el gran pantano, donde
habitaban los patos salvajes; cansado y dolorido, pasó allí la noche.
Por la mañana, los patos salvajes, al levantar el vuelo, vieron a su
nuevo campañero: - ¿Quién eres? -le preguntaron, y el patito, volviéndose
en todas direcciones, los saludó a todos lo mejor que supo.
- ¡Eres un espantajo! -exclamaron los patos-. Pero no nos importa,
con tal que no te cases en nuestra familia -. ¡El infeliz! Lo último que
pensaba era en casarse, dábase por muy satisfecho con que le permitiesen
echarse en el cañaveral y beber un poco de agua del pantano.
Así transcurrieron dos días, al cabo de los cuales se presentaron dos
gansos salvajes, machos los dos, para ser más precisos. No hacía mucho
que habían salido del cascarón; por eso eran tan impertinentes.
- Oye, compadre -le dijeron-, eres tan feo que te encontramos
simpático. ¿Quieres venirte con nosotros y emigrar? Cerca de aquí, en otro
pantano, viven unas gansas salvajes muy amables, todas solteras, y saben
decir «¡cuac!». A lo mejor tienes éxito, aun siendo tan feo.
¡Pim, pam!, se oyeron dos estampidos: los dos machos cayeron
muertos en el cañaveral, y el agua se tiñó de sangre. ¡Pim, pam!, volvió
a retumbar, y grandes bandadas de gansos salvajes alzaron el vuelo de
entre la maleza, mientras se repetían los disparos. Era una gran cacería;
los cazadores rodeaban el cañaveral, y algunos aparecían sentados
en las ramas de los árboles que lo dominaban; se formaban nubecillas
azuladas por entre el espesor del ramaje, cerniéndose por encima del
agua, mientras los perros nadaban en el pantano, ¡Plas, plas!, y juncos y
cañas se inclinaban de todos lados. ¡Qué susto para el pobre patito! Inclinó
la cabeza para meterla bajo el ala, y en aquel mismo momento vio junto
a sí un horrible perrazo con medio palmo de lengua fuera y una expresión atroz en los ojos. Alargó el hocico hacia el patito, le enseñó los agudos
dientes y, ¡plas, plas! se alejó sin cogerlo.
- ¡Loado sea Dios! -suspiró el pato-. ¡Soy tan feo que ni el perro quiso
morderme!
Y se estuvo muy quietecito, mientras los perdigones silbaban por
entre las cañas y seguían sonando los disparos.
Hasta muy avanzado el día no se restableció la calma; mas el
pobre seguía sin atreverse a salir. Esperó aún algunas horas: luego echó
un vistazo a su alrededor y escapó del pantano a toda la velocidad que
le permitieron sus patas. Corrió a través de campos y prados, bajo una
tempestad que le hacía muy difícil la huida.
Al anochecer llegó a una pequeña choza de campesinos; estaba
tan ruinosa, que no sabía de qué lado caer, y por eso se sostenía en pie. El
viento soplaba con tal fuerza contra el patito, que éste tuvo que sentarse
sobre la cola para afianzarse y no ser arrastrado. La tormenta arreciaba
más y más. Al fin, observó que la puerta se había salido de uno de los
goznes y dejaba espacio para colarse en el interior; y esto es lo que hizo.
Vivía en la choza una vieja con su gato y su gallina. El gato, al que
llamaba «hijito», sabía arquear el lomo y ronronear, e incluso desprendía
chispas si se le frotaba a contrapelo. La gallina tenía las patas muy cortas,
y por eso la vieja la llamaba «tortita pati¬corta»; pero era muy buena
ponedora, y su dueña la quería como a una hija.
Por la mañana se dieron cuenta de que había llegado un forastero, y
el gato empezó a ronronear, y la gallina, a cloquear.
- ¿Qué pasa? -dijo la vieja mirando a su alrededor. Como no veía
bien, creyó que era un ganso cebado que se habría extraviado-. ¡No se
cazan todos los días! -exclamó-. Ahora tendré huevos de pato. ¡Con tal que
no sea un macho! Habrá que probarlo.
Y puso al patito a prueba por espacio de tres semanas; pero no
salieron huevos. El gato era el mandamás de la casa, y la gallina, la señora,
y los dos repetían continuamente: - ¡Nosotros y el mundo! - convencidos de
que ellos eran la mitad del universo, y aún la mejor. El patito pensaba que
podía opinarse de otro modo, pero la gallina no le dejaba hablar.
- ¿Sabes poner huevos? -le preguntó.
- No.
- ¡Entonces cierra el pico!
Y el gato:
- ¿Sabes doblar el espinazo y ronronear y echar chispas?
- No.
- Entonces no puedes opinar cuando hablan personas de talento.
El patito fue a acurrucarse en un rincón, malhumorado. De pronto
acordóse del aire libre y de la luz del sol, y le entraron tales deseos de irse a
nadar al agua, que no pudo reprimirse y se lo dijo a la gallina.
- ¿Qué mosca te ha picado? -le replicó ésta-. Como no tienes
ninguna ocupación, te entran estos antojos. ¡Pon huevos o ronronea, verás
como se te pasan!
- ¡Pero es tan hermoso nadar! -insistió el patito-. ¡Da tanto gusto
zambullirse de cabeza hasta tocar el fondo!
- ¡Hay gustos que merecen palos! -respondió la gallina-. Creo que
has perdido la chaveta. Pregunta al gato, que es la persona más sabia que
conozco, si le gusta nadar o zambullirse en el agua. Y ya no hablo de mí.
Pregúntalo si quieres a la dueña, la vieja; en el mundo entero no hay nadie
más inteligente. ¿Crees que le apetece nadar y meterse en el agua?
- ¡No me comprendéis! -suspiró el patito.
¿Qué no te comprendemos? ¿Quién lo hará, entonces? No
pretenderás ser más listo que el gato y la mujer, ¡y no hablemos ya de
mí! No tengas esos humos, criatura, y da gracias al Creador por las cosas
buenas que te ha dado. ¿No vives en una habitación bien calentita, en
compañía de quien puede enseñarte mucho? Pero eres un charlatán
y no da gusto tratar contigo. Créeme, es por tu bien que te digo cosas
desagradables; ahí se conoce a los verdaderos amigos. Procura poner
huevos o ronronear, o aprende a despedir chispas.
- Creo que me marcharé por esos mundos de Dios -dijo el patito.
- Es lo mejor que puedes hacer -respondiole la gallina.
Y el patito se marchó; se fue al agua, a nadar y zambullirse, pero,
todos los animales lo despreciaban por su fealdad.
Llegó el otoño: en el bosque, las hojas se volvieron amarillas y
pardas, y el viento las arrancaba y arremolinaba, mientras el aire iba
enfriándose por momentos; cerníanse las nubes, llenas de granizo y nieve,
y un cuervo, posado en la valla, gritaba: «¡au, au!»,. de puro frío. Sólo de
pensarlo le entran a uno escalofríos. El pobre patito lo pasaba muy mal,
realmente.
Un atardecer, cuando el sol se ponía ya, llegó toda una bandada
de grandes y magníficas aves, que salieron de entre los matorrales; nunca
había visto nuestro pato aves tan espléndidas. Su blancura deslumbraba y
tenían largos y flexibles cuellos; eran cisnes. Su chillido era extraordinario,
y, desplegando las largas alas majestuosas, emprendieron el vuelo,
marchándose de aquellas tierras frías hacia otras más cálidas y hacia
lagos despejados. Eleváronse a gran altura, y el feo patito experimentó
una sensación extraña; giró en el agua como una rueda, y, alargando el
cuello hacia ellas, soltó un grito tan fuerte y raro, que él mismo se asustó.
¡Ay!, no podía olvidar aquellas aves hermosas y felices, y en cuanto dejó
de verlas, se hundió hasta el fondo del pantano. Al volver a la superficie
estaba como fuera de sí. Ignoraba su nombre y hacia donde se dirigían,
y, no, obstante, sentía un gran afecto por ellas, como no lo había sentido,
por nadie. No las envidiaba. ¡Cómo se le hubiera podido ocurrir el deseo
de ser como ellas! Habríase dado por muy satisfecho con que lo hubiesen
tolerado los patos, ¡pobrecillo!, feo como era.
Era invierno, y el frío arreciaba; el patito se veía forzado a nadar
sin descanso para no entumecerse; mas, por la noche, el agujero en que
flotaba se reducía progresivamente. Helaba tanto, que se podía oír el
crujido del hielo; el animalito tenía que estar moviendo constantemente
las patas para impedir que se cerrase el agua, hasta que lo rindió el
cansancio, y, al quedarse quieto, lo aprisionó el hielo.
Por la mañana llegó un campesino, y, al darse cuenta de lo ocurrido,
rompió el hielo con un zueco y, cogiendo el patito, lo llevó a su mujer. En la
casa se reanimó el animal.
Los niños querían jugar con él, pero el patito, creyendo que iban a
maltratarlo, saltó asustado en medio de la lechera, salpicando de leche
toda la habitación. La mujer se puso a gritar y a agitar las manos, con lo
que el ave se metió de un salto en la mantequera, y, de ella, en el jarro de la
leche ¡y yo qué sé dónde! ¡Qué confusión! La mujer lo perseguía gritando
y blandiendo las tenazas; los chiquillos corrían, saltando por encima de
los trastos, para cazarlo, entre risas y barullo. Suerte que la puerta estaba
abierta y pudo refugiarse entre las ramas, en la nieve recién caída. Allí se
quedó, rendido.
Sería demasiado triste narrar todas las privaciones y la miseria que
hubo de sufrir nuestro patito durante aquel duro invierno.
Lo pasó en el pantano, entre las cañas, y allí lo encontró el sol
cuando volvió el buen tiempo. Las alondras cantaban, y despertó,
espléndida, la primavera.
Entonces el patito pudo batir de nuevo las alas, que zumbaron
con mayor intensidad que antes y lo sostuvieron con más fuerza; y antes
de que pudiera darse cuenta, encontrose en un gran jardín, donde los manzanos estaban en flor, y las fragantes lilas curvaban sus largas ramas
verdes sobre los tortuosos canales. ¡Oh, aquello sí que era hermoso, con
el frescor de la primavera! De entre las matas salieron en aquel momento
tres preciosos cisnes aleteando y flotando levemente en el agua. El patito
reconoció a aquellas bellas aves y se sintió acometido de una extraña
tristeza.
- ¡Quiero irme con ellos, volar al lado de esas aves espléndidas! Me
matarán a picotazos por mi osadía: feo como soy, no debería acercarme
a ellos. Pero iré, pase lo que pase. Mejor ser muerto por ellos que verme
vejado por los patos, aporreado por los pollos, rechazado por la criada
del corral y verme obligado a sufrir privaciones en invierno-. Con un par
de aletazos se posó en el agua, y nadó hacia los hermosos cisnes. Éstos
al verle, corrieron a su encuentro con gran ruido de plumas. - ¡Matadme!
-gritó el animalito, agachando la cabeza y aguardando el golpe fatal.
Pero, ¿qué es lo que vio reflejado en la límpida agua? Era su propia
imagen; vio que no era un ave desgarbado, torpe y de color negruzco, fea y
repelente, sino un cisne como aquéllos.
¡Qué importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha
salido de un huevo de cisne!
Entonces recordó con gozo todas las penalidades y privaciones
pasadas; sólo ahora comprendía su felicidad, ante la magnificencia que lo
rodeaba.
Los cisnes mayores describían círculos a su alrededor, acariciándolo
con el pico.
Presentáronse luego en el jardín varios niños, que echaron al agua
pan y grano, y el más pequeño gritó:
- ¡Hay uno nuevo!
Y sus compañeros, alborozados, exclamaron también, haciéndole
coro:
- ¡Sí, ha venido uno nuevo!
Y todo fueron aplausos, y bailes, y brincos; y corriendo luego al
encuentro de sus padres, volvieron a poco con pan y bollos, que echaron al
agua, mientras exclamaban:
- El nuevo es el más bonito; ¡tan joven y precioso! -. Y los cisnes
mayores se inclinaron ante él.
Pero él se sentía avergonzado, y ocultó la cabeza bajo el ala; no
sabía qué hacer, ¡era tan feliz!, pero ni pizca de orgulloso. Recordaba las
vejaciones y persecuciones de que había sido objeto, y he aquí que ahora
decían que era la más hermosa entre las aves hermosas del mundo. Hasta
las lilas bajaron sus ramas a su encuentro, y el sol brilló, tibio y suave.
Crujieron entonces sus plumas, irguiose su esbelto cuello y, rebosante el
corazón, exclamó:
- ¡Cómo podía soñar tanta felicidad, cuando no era más que un
patito feo!.

Cuentos Para Niños: El Pájaro de Oro

El Pájaro de Oro
Por: Jacobo y Guillermo Grimm

Hace mucho tiempo, vivía un rey que tenía un hermoso jardín
detrás de su castillo. En el jardín había un árbol que daba manzanas de
oro. Cuando las manzanas empezaban a madurar, las contaban y una
mañana vieron que faltaba una manzana. Se lo dijeron al rey, y el rey
mandó que todas las noches se quedara uno de sus hijos guardando el
árbol. La primera noche se quedó el hijo mayor; pero le entró el sueño, se
durmió, y a la mañana siguiente faltaba otra manzana. La segunda noche
se quedó de guardia el segundo hijo del rey; y le entró sueño a él también,
y mientras dormía desapareció otra manzana.
Le llegó el turno al tercer hijo del rey. Su padre no se fiaba
mucho de él, pero por fin le dejó de guardia. El príncipe pequeño se echó
debajo del árbol, pero hizo lo posible por no dormirse. Dieron las doce
de la noche, se oyó un ruido por el aire; el príncipe miró, y a la luz de la
luna vio un pájaro que brillaba como el oro. El pájaro se posó en el árbol,
y ya estaba cogiendo una manzana, cuando el príncipe le disparó una
flecha, y el pájaro echó a volar; pero la flecha le había rozado, y se le cayó
una pluma de oro. El príncipe cogió la pluma, y a la mañana siguiente se
la llevó al rey su padre. El rey reunió a su corte y todos vieron la pluma y
dijeron que valía muchísimo, más que todo el reino. Entonces dijo el rey:
-Si esta pluma vale tanto, quiero tener el pájaro entero.
El hijo mayor se fue en busca del pájaro de oro, el hijo mayor se creía muy listo. Se encontró con una zorra, le apuntó con su escopeta, y
entonces la zorra le dijo:
-Si no me matas, te diré una cosa: tú vas buscando al pájaro
de oro, y esta noche llegarás a un pueblo; en el pueblo hay dos posadas:
una tendrá luz, y dentro estarán cantando y bailando. No entres en esa
posada, sino en la otra, aunque te parezca muy fea.
-¡ No eres más que un animal estúpido, y no tienes por qué darme
consejos ¡
El príncipe se burló de la zorra, volvió a apuntar y disparó; pero no
acertó, y la zorra se escapó por el bosque, corriendo con el rabo tieso. El
príncipe siguió andando; por la noche llegó al pueblo de las dos posadas:
una posada estaba encendida, y la otra apagada. Y el príncipe entró en la
posada encendida, donde se oían canciones y bailes; se puso a cantar y a
bailar, y se olvidó de la zorra, del pájaro de oro y de su padre el rey.
Pasó el tiempo, y el príncipe no volvía al castillo; entonces el
segundo hijo del rey se fue a buscar el pájaro de oro. También él se
encontró con la zorra, y la zorra le dijo lo mismo que a su hermano; y
también aquel príncipe llegó al pueblo y se metió en la posada donde
cantaban y bailaban, y allí se quedó con su hermano, de juerga.
Pasó mucho tiempo. El tercer hijo del rey quiso salir a buscar el
pájaro de oro, pero su padre no se fiaba mucho de él. Su padre creía que el
pequeño era tonto; pero como se empeñaba en ir, le dio permiso.
El príncipe pequeño llegó al bosque, se encontró a la zorra, le
apuntó con su escopeta, y la zorra dijo que le perdonara la vida y el
príncipe se la perdonó. La zorra se lo agradeció mucho, y le dijo:
-Por bueno, te voy a ayudar. Súbete a mi rabo, y así llagarás antes.
El príncipe se subió al rabo de la zorra, y ella echó a correr; y corría
tanto que se oía silbar el viento. Llegaron al pueblo, el príncipe se bajó del
rabo, obedeció a la zorra y se metió a la posada pobre y fea. Durmió allí, y por la mañana la zorra le estaba esperando y le dijo:
-Ahora te voy a explicar lo que tienes que hacer: iremos siempre
en línea recta, y llegarás a un palacio; delante del palacio verás muchos
soldados tirados por el suelo; tú no hagas caso, porque los soldados
estarán dormidos. Pasa entre ellos, métete en el palacio y atraviesa todas
las habitaciones, hasta que llegues a una muy pequeña; allí verás al pájaro
de oro en una jaula de madera. Al lado habrá una jaula de oro, vacía; no
cambies al pájaro de jaula porque lo pasarías mal.
La zorra estiró el rabo; el príncipe se volvió a montar, y echaron otra
vez a correr por el campo. Llegaron al palacio, el príncipe se bajó, caminó
en línea recta, y encontró todo lo que había dicho la zorra; atravesó las
habitaciones y llegó a la que tenía las jaulas. Y allí por el suelo estaban tres
manzanas de oro de su jardín. El príncipe, sin acordarse de los consejos
de la zorra, pensó que era una pena que un pájaro tan hermoso estuviera
en una jaula tan fea, y lo sacó y lo metió en la jaula de oro. Pero en aquel
momento, el pájaro dio un grito terrible; los soldados se despertaron,
entraron en el palacio y cogieron el príncipe.
A la mañana siguiente, lo llevaron ante los jueces y le condenaron
a muerte; pero el rey de aquel palacio dijo que le perdonaría la vida si
conseguía llevarle un caballo de oro que corría más que le viento; si el
príncipe encontraba el caballo le daría de premio el pájaro de oro.
El pobre príncipe echó a andar por el campo, muy triste, porque
no sabía dónde buscar el caballo de oro; pero en esto se encontró con su
amiga la zorra, que le dijo:
-¿Ves? Por no hacerme caso. Pero no te apures que te diré
cómo puedes encontrar el caballo de oro: tienes que ir en línea recta y
encontrarás un castillo; en la cuadra del castillo está el caballo. Delante
de la cuadra verás a los criados dormidos, y podrás sacar el caballo; pero
fíjate bien en lo que te digo: no le pongas al caballo la silla de oro que hay
en la cuadra, sino una silla vieja que está al lado.
La zorra estiró el rabo, el príncipe se montó y echaron a correr por
el campo, y corría tanto que oían silbar el viento. Llegaron al castillo, y
todo estaba como había dicho la zorra: los criados dormidos delante
de la cuadra, y el caballo de oro dentro. Pero el príncipe al ver aquel
caballo tan hermoso, no quiso ponerle la silla vieja y le puso la de oro. Y,
en aquel momento, el caballo empezó a relinchar como loco. Los criados
se despertaron, cogieron preso al príncipe y por la mañana le llevaron
delante de los jueces, que le condenaron a muerte. Pero el rey de aquel
castillo dijo que le perdonaría la vida y le regalaría el caballo de oro, si le
traía a la princesa del Castillo de Oro, que era una princesa muy hermosa.
El pobre príncipe echó a andar por el campo, muy triste, porque no
sabía dónde encontrar a la princesa del Castillo de Oro. Pero en esto, se
encontró a la zorra.
-¿Lo ves, lo ves? ¡Por no hacerme caso! Pero me das pena y te volveré
a ayudar. Este camino va derecho al Castillo de Oro; llegarás al atardecer.
Por la noche, la princesa saldrá a bañarse; cuando pase delante de ti,
te acercas a ella y le das un beso. Entonces la princesa te seguirá y te la
podrás llevar. Pero, escucha bien lo que te digo: que la princesa no se
despida de sus padres, porque lo pasarás mal.
La zorra estiró el rabo, el príncipe se montó y echaron a correr; y
corrían tan de prisa que oían silbar el viento. Llegaron al Castillo de Oro, y
pasó todo lo que había dicho la zorra: la princesa salió a bañarse cuando
se hizo de noche, y el príncipe se acercó a ella y le dio un beso. Entonces la
princesa dijo que se marcharía con él, pero que tenía que despedirse de sus
padres. Al principio el príncipe no quería que fuera, pero ella lloró tanto,
que le dio pena y la dejó; y en el momento en que la princesa se acercó a la
cama de su padre, aquel rey se despertó y llamó a sus soldados y cogieron
preso al príncipe. Por la mañana le dijo el rey:
-Estás condenado a muerte; pero te perdonaré si quitas del medio
esa montaña que hay delante de mis ventanas y me tapa la vista. Tendrás que quitarla en ocho días; si lo consigues, te puedes casar con mi hija.
El pobre príncipe se puso a cavar y a cavar; y a los siete días empezó
a desesperarse, al ver lo poco que había adelantado. Pero, por la noche,
llegó su amiga la zorra y le dijo:
-¿Lo ves, lo ves? ¡Por no hacerme caso! Bueno, anda; vete a dormir,
que yo trabajaré por ti.
Y cuando el príncipe se despertó por la mañana, vio que la montaña
había desaparecido. Se puso muy contento, y corrió a decirle al rey que
la montaña ya no le taparía la vista; y el rey, a regañadientes, le dejó
marcharse con la princesa.
Llevaban un rato andando los dos, cuando se les acercó la zorra:
-Mira, Príncipe; esta princesa es el mejor premio, pero con ella tienes
que llevarte el caballo de oro.
-¿Cómo me lo darán?
-Lleva a la princesa al castillo donde está el caballo; el rey se pondrá
muy contento al verla y te dará el caballo de oro. Te montas en el caballo,
y vas dando la mano a todos, para despedirte; cuando des la mano a la
princesa, la subes al caballo de un tirón y la montas a tu lado; y como el
caballo es más ligero que el viento, nadie os podrá alcanzar.
Todo pasó como dijo la zorra: el caballo salió al galope y su dueño el
rey no pudo alcanzar al príncipe y a la princesa. La zorra corría al lado del
caballo y dijo al príncipe:
-Ahora vamos a buscar el pájaro de oro. Cuando lleguemos al
palacio, la princesa se bajará del caballo y yo cuidaré de ella; tu llevas el
caballo al rey, que se pondrá muy contento y te regalará el pájaro de oro. Y
entonces, pones el caballo al galope y recoges a la princesa.
Todo salió muy bien; ya tenía el príncipe el pájaro de oro, el caballo
de oro y la princesa del Castillo de Oro. Entonces la zorra dijo: -Tienes que pagarme todos mis servicios.
-Claro, amiga zorra. ¿Qué quieres que te dé?
-Quiero que, al llegar al bosque, me mates de un tiro y me cortes la
cabeza y las patas.
-¡Bonita recompensa! No, no puedo hacer eso contigo, zorrita.
-Bueno, como quieras; pero no puedo seguir a tu lado. Voy a darte el
último consejo: no compres carne de ahorcado, ni te sientes al borde de un
pozo.
La zorra se marchó y el príncipe se quedó pensando: “¡Qué cosas
tiene este animal! ¿Por qué iba a comprar carne de ahorcado? Y nunca se
me ha ocurrido sentarme al lado de un pozo”.
Se fue a caballo con la princesa, y llagaron al pueblo donde se
habían quedado sus dos hermanos: había mucho jaleo y mucha gente,
y el príncipe oyó decir que iban a ahorcar a dos hombres. Se acercó a la
horca, y vio con espanto que eran sus dos hermanos, que no habían hecho
más que maldades y se habían arruinado con tantas juergas. El príncipe
preguntó cómo podría salvar a sus hermanos, y le dijeron:
-Si pagas por ellos, los puedes salvar; pero ¿A quién se le ocurre
salvar a dos malhechores?
El príncipe no hizo caso de lo que decían; pagó por sus hermanos
y se los llevó también, camino de su casa. Llegaron al bosque, y los
hermanos dijeron:
-Hace mucho calor; vamos a sentarnos al lado de ese pozo, para
comer y descansar.
El príncipe pequeño se olvidó del consejo de la zorra, y se sentó al
borde del pozo sin sospechar nada; pero los bandidos de sus hermanos le
empujaron y le tiraron al pozo; y luego se llevaron a la princesa, al caballo
y al pájaro de oro, y se fueron al castillo de su padre.
-¡Padre, mira! ¡Mira lo que traemos! Aquí está el pájaro de oro y
además hemos conquistado el caballo de oro y la princesa del Castillo de
Oro.
El padre y toda la corte se pusieron contentísimos; pero el caballo
no quería comer, el pájaro no cantaba y la princesa no hacía más que
llorar.
Sin embargo, el príncipe pequeño no se había ahogado; el pozo
estaba seco, y al caer se dio en el musgo blando y no se hizo daño. Lo que
no podía era salir. Pero la zorra tampoco le abandonó en aquel apuro, y
llegó a todo correr.
-¿Lo ves, lo ves, lo ves? ¡Por no hacerme caso! Bueno, te sacaré de
aquí.
Metió el rabo en el pozo, el príncipe se agarró, la zorra tiró fuerte y le
sacó.
-Pero ahora ten cuidado, porque tus hermanos no están seguros de
que te hayas muerto, y han puesto guardias por todo el bosque para que
te maten si te ven.
Al borde del camino había un pobre; el príncipe le dio sus vestidos
y se puso los del pobre, y llegó así al palacio de su padre. No le reconoció
nadie; pero el pájaro empezó a cantar, el caballo se puso a comer y la
princesa dejó de llorar.
-¿Qué les ha pasado de pronto al pájaro, al caballo y a la princesa?
–preguntó el rey.
Y la princesa dijo:
-No sé qué me ha pasado. Estaba triste, y de pronto me ha entrado
mucha alegría. Es como si hubiera llegado mi verdadero novio.
Y entonces la princesa le contó al rey todo lo que habían hecho
los príncipes en el bosque, aunque los dos príncipes mayores le habían dicho que la matarían si lo contaba. El rey, furioso, llamó a todos los que
estaban en el palacio; y también fue el príncipe pequeño, vestido de pobre.
La princesa le reconoció enseguida y le abrazó; y a los malos hermanos
los condenaron a muerte. El príncipe pequeño se casó con la princesa y
heredó el reino de su padre.
¿Qué pasó con la zorra? Pues la zorra se encontró un día en el
bosque con el príncipe y le dijo:
-tú ya lo tienes todo, pero yo sigo siendo muy desgraciada, cuando
tú me podrías salvar. ¡Mátame de un tiro y córtame la cabeza y las patas!
El príncipe la mató y le cortó la cabeza y las patas; y entonces, la
zorra se convirtió en un hombre, que no era otro que el hermano de la
princesa del Castillo de Oro; y es que le había hechizado un mago. Desde
aquel día todos fueron muy felices.