sábado, 20 de junio de 2015

Cuentos Para Niños: La Mesa, el Burro y el Palo Brincador

La Mesa, el Burro y el Palo Brincador
Por: Jacobo y Guillermo Grimm

Hace mucho tiempo vivía un sastre que tenía tres hijos y una sola
cabra. La cabra daba leche para toda la familia, y los hijos del sastre se
turnaban para sacarla a pastar. El hijo mayor la llevó un día al cementerio
donde crecía buena hierba; la cabra se pasó las horas comiendo y
saltando. Por la noche, el chico le preguntó;
-Cabrita, ¿has comido bastante?

“¡Uf Mira mi barriguita,
no me cabe ni una hojita
¡be, beee!”

-Muy bien, pues vamos a casa –dijo el chico; agarró la cuerda de la
cabra y la llevó a la cuadra y la ató bien.
El sastre preguntó a su hijo:
-Qué, ¿ha comido bien la cabra?
-¡Ya lo creo! No le cabe ni una hojita más.
Pero el padre quería convencerse y fue a la cuadra, acarició a su
cabra y le preguntó: -Qué, ¿ha comido hoy bien la cabra?
-¡Ya lo creo! Dice que no puede comer ni una hojita más.
Pero el padre fue a la cuadra y le preguntó a la cabra:
-Cabrita, hija mía ¿has comido bien?
La cabrita contestó:

“¡No he comido ni una hojita!
Todo el día entre los surcos,
Muerta de hambre... ¡Pobrecita,
ay, pobre de mí! ¡bee, bee!”

-¡Ese inútil! ¡Ese estúpido! ¡Mira que dejar pasar hambre a una cabra
tan buenísima!
El sastre estaba furioso, y dio una paliza a su segundo hijo y lo echó
de su casa.
Al otro día le tocó al tercer hijo sacar a la cabra; quería quedar bien
y llevó a la cabra al bosque, a un sitio donde crecía la hierba bien alta, y la
cabra se hartó de comer. Por la noche, el chico le preguntó:
-Cabra, ¿has comido ya bastante?
Y la cabra contestó:

“¡Uf Mira mi barriguita,
no me cabe ni una hojita,
¡bee, bee!”

-Bueno, pues a casita –dijo el chico, y se llevó a la cabra y la ató a la
cuadra.
El sastre le preguntó:
-Vamos a ver, ¿ha comido esa cabra como es debido?
-¡Claro que sí, padre! Dice que no le cabe ni una hoja.
El sastre, desconfiado, bajó a la cuadra y preguntó a la cabra:
-Cabrita de mi alma, ¿has comido hoy bien?
Pero aquel bicho malo contestó:
“¡Nada ¡Ni una y la llevó por los caminos, donde crecen las hierbas
que les gustan más a las cabras.
-Come, hija mía, come todo lo que quieras –le decía. Estuvieron
hasta que llegó la noche, y entonces le preguntó-: ¿Has comido ya
bastante, cabrita?
Y la cabra contestó:

“¡Uf Mira mi barriguita,
no me cabe ni una hojita,
¡bee, bee!”

-Así me gusta, muy bien. Vámonos a casa.
La llevó a la cuadra, la ató con cuidado, y antes de salir volvió a
preguntarle:
-¿Has comido bastante, cabrita?
Y la cabra, como siempre, contestó:

“¡No he comido ni una hojita!
¡Todo el día caminando,
muerta de hambre! Pobrecita,
ay pobre de mí, bee, bee!

El sastre se quedó pasmado: comprendió que la cabra le había
estado engañando, y que había pegado a sus hijos sin razón; y se puso tan
furioso por haberse quedado sin sus hijos por culpa de la cabra, que gritó:
-¡Ahora verás ¡Cabra ingrata, cabra insensata, cabra de mis
pecados! ¡Ahora te echaré a ti, pero te dejaré hecha una pena, para que no
vuelvas a engañar a un honrado sastre en tu vida.
Subió a su casa, cogió la navaja de afeitar, enjabonó a la cabra la
cabeza y se la dejó monda y lironda. Y luego le dio una tunda con el látigo,
hasta que la cabra se pudo soltar y salió corriendo.
El sastre se quedó sólo. El sastre se quedó muy triste, y se acordaba
mucho de sus pobres hijos. Y nadie le podía decir dónde estaban sus tres
hijos.
El mayor había ido de aprendiz a casa de un carpintero, y estaba
aprendiendo el oficio; cuando ya lo supo bien, su maestro le regaló una
mesita. Parecía una mesita corriente, pero era una mesa mágica. Cuando
la ponían en el suelo y decían: “¡Mesita cúbrete!”, la mesa se cubría con un
mantel blanco, y aparecían encima del mantel un plato, cuchillo y tenedor,
y un montón de fuentes con comida riquísima, y un gran vaso de vino tinto
del mejor. El chico pensó: “Con esto me basta ya para toda la vida”, y se fue
por el mundo, contento como unas pascuas; ya no tenía que preocuparse
si en las posadas daban de comer bien o mal. En cuanto tenía hambre,
decía: ”¡Mesita, cúbrete!”, y en la mesa aparecía lo que más le gustaba.
Pasó el tiempo, y al muchacho le entraron ganas de volver a casa
de su padre. Pensaba que el sastre se le habría pasado en enfado y que le
recibiría bien al ver la mesita mágica.
Iba ya hacia su casa, cuando una noche llegó a una posada que
estaba llena de gente; le invitaron a cenar, pero él dijo:
-Muchas gracias, pero voy a invitaros yo.
Los que estaban en la posada se echaron a reír, pensando que aquel
chico pobre se estaba burlando de ellos; pero el carpintero puso su mesita
en medio del comedor, y dijo: ”¡Mesita, cúbrete!”
Y, de repente, la mesa se cubrió con un mantel blanco, y aparecieron
sobre el mantel fuentes llenas de comida tan rica, que el posadero no salía
de su asombro; el olorcillo de aquellos platos les abrió el apetito a todos
los huéspedes.
-¡Coman, amigos! –dijo el carpintero. Se alegraron mucho y todos se
sentaron a comer. Estaban asombrados al ver que en cuanto una fuente se
terminaba, aparecía otra llena.
El dueño de la posada estaba callado en un rincón, pero pensaba:
“Vaya, un cocinero así me vendría estupendamente”.
El carpintero y sus amigos estuvieron comiendo y bebiendo hasta la
noche, y ya tarde se fueron a dormir, el carpintero dejó su mesita mágica
arrimada a la pared. Y el posadero, piensa que te piensa, recordó que
tenía en la buhardilla una muy parecida a aquélla, y el muy pillo, cuando
todos dormían, subió despacito, sacó su mesita vieja y la cambió por la del
carpintero.
A la mañana siguiente, el carpintero pagó la posada, cogió la
mesita, se la echó a la espalda sin pensar que se la habían cambiado, y
siguió andando hacia su casa. Llegó al mediodía, y su padre le recibió con
mucho cariño y le preguntó: -¿Qué has aprendido en todo este tiempo, hijo mío?
-Me he hecho carpintero, padre.
-Buen oficio, bueno. Y, ¿qué has traído de tu viaje?
-Padre, lo mejor que he traído es esta mesita.
El sastre dio unas cuantas vueltas mirando la mesita y al fin dijo:
-No es gran cosa esta mesita, francamente. Está bastante vieja y es
muy fea.
-Pero es una mesita mágica –dijo el hijo-. Cuando la pongo en el
suelo y digo: “Mesita, cúbrete”, aparecen encima de ella las cosas más
ricas del mundo. Ya verás, invita a todos nuestros parientes y amigos, y les
daremos el mejor banquete de su vida.
El padre llamó a toda aquella gente, y entonces el chico puso la
mesa en mitad de la habitación y dijo:
-¡Mesita, cúbrete!
¡Qué desilusión! La mesa se quedó como estaba. El pobre carpintero
comprendió que le habían robado su mesa mágica, y se avergonzó mucho
al ver que todos creían que les había engañado. Los parientes y amigos
se volvieron a sus casas con el estómago vacío; el sastre se quedó muy
callado y volvió a coser sus trajes, y el chico se colocó de carpintero con
uno del pueblo.
El segundo hijo había ido a un molino a trabajar de ayudante del
molinero. Cuando aprendió bien el oficio, le dijo su maestro:
-Te has portado bien, y te voy a regalar un burro muy especial: ni tira
del carro, ni lleva sacos a cuestas.
-¿Para qué sirve ese burro, entonces? –preguntó el chico.
-Este burro... ¡escupe oro! Tú pones un trapo en el suelo, y le dices:
“¡Brikibrit!”, Y el burro empezará a echar monedas de oro por delante y por detrás.
-¡Caramba, eso sí que está bien! –dijo el chico-. ¡Muchas gracias,
maestro!
Y se marchó por el mundo con un burro encantado. Cuando
necesitaba dinero, no tenía más que decir al burro: “Brikibrit”, y con bajarse
a coger del suelo las monedas, ya estaba.
Se daba la gran vida, con todo aquel dinero. Y cuando ya llevaba
mucho tiempo corriendo mundo, se cansó y dijo:
-Voy a ir a ver a mi padre; seguro que se le habrá pasado el enfado, y
cuando vea este burro maravilloso, se alegrará.
Dio la casualidad de que llegó un día a la misma posada donde
había estado su hermano el carpintero. El dueño de la posada quiso meter
el burro en la cuadra, pero el chico le dijo:
-Gracias, pero mi burro no lo toca nadie más que yo; no quiero
perderlo de vista.
El posadero pensó que aquel chico era muy pobre, acostumbrado
a cuidar él mismo de su borrico; así que se sorprendió mucho cuando el
chico le dio un par de monedas de oro y le encargó que le diera de comer
lo mejor que tuviera; después de comer, al ir a pagar, no tenía en el bolsillo
más monedas, y dijo al posadero:
-Espere un momento, que voy a buscar más dinero.
Cogió el mantel de la mesa y se fue a la cuadra; el posadero estaba
muy intrigado; le siguió, y, al ver que el chico se encerraba en la cuadra con
cerrojo, se puso a mirar por un agujero. Y entonces vio que el muchacho
ponía el mantel en el suelo, al burro encima y decía “¡Brikibrit!”....y el burro
empezaba a echar monedas de oro por delante y por detrás.
-¡Madre mía! ¡Vaya una manera de ganar dinero! ¡Así da gusto!
–dijo el posadero, maravillado.
El molinero se fue a acostar, y el posadero, en cuanto pudo, bajó a
la cuadra y cambió el burro encantado por uno corriente. A la mañana
siguiente, el molinero se levantó, sacó al burro de la cuadra y se marchó a
casa de su padre. Llegó al mediodía; y el padre le recibió muy contento.
-¿Qué has hecho todo este tiempo, hijo mío?
-Me he hecho molinero, padre.
-¿Has traído algo de tu viaje?
-No he traído más que un burro.
-Hombre, burros hay aquí bastantes. Me hubiera gustado más una
cabra.
-Lo comprendo, padre, pero éste no es un burro corriente; este burro
está lleno de oro. No tengo más que decir: “Brikibrit”, y me llena un paño
de monedas de oro. Anda, llama a nuestros parientes, que les voy a hacer
ricos a todos.
-Vaya, eso me gusta; ya estoy cansado de coser y coser. Me gustaría
ser rico de una vez –dijo el padre, y llamó a todos sus parientes.
Cuando llegaron a la casa, el molinerito colocó en el suelo un paño
grande y puso encima el burro. Entonces dijo:
-“Brikibrit!”
¡Señor, qué apuro! El burro, que era un animal muy corriente, hizo lo
que hacen los burros y los animales corrientes, y manchó mucho el puño
¡Qué vergüenza pasó el molinerito! Comprendió que le habían cambiado
el burro, y pidió perdón a sus parientes, que se marcharon tan pobres
como habían llegado. El viejo sastre tuvo que seguir cosiendo y cosiendo,
y el chico se colocó de ayudante en un molino.
El tercer hermano había ido a casa de un tornero; ser tornero no
es fácil, y estuvo mucho tiempo aprendiendo oficio. Sus hermanos le
escribieron contándole lo que les habían hecho en la posada, para que no le engañasen a él también. Cuando el chico terminó de aprender su oficio,
su maestro, que estaba contento con él, le regaló un saco y le dijo:
-Aquí, dentro del saco, hay un palo.
-Maestro gracias por el saco, que me puede servir para algo; pero,
¿qué quiere que haga yo con el palo?
-Verás: es un palo maravilloso. Si alguien quiere pegarte, no tienes
más que decir: “Palo, fuera”, y el palo saldrá del saco y empezará a dar una
paliza a la gente. No parará hasta que le digas: “¡Palo, adentro!”
El chico dio las gracias, se echó el saco a la espalda y se fue a correr
mundo. Si alguien se le acercaba con malas intenciones, el chico gritaba:
”¡Palo fuera!, y el palo zurraba la badana a su enemigo, hasta que el chico
le mandaba volver al saco.
Una noche llegó el tornerito a la posada donde habían estado
sus hermanos. Dejó su saco sobre la mesa y empezó a contar todo lo que
había visto por el mundo.
-En este mundo se ven muchas maravillas: hay mesas encantadas,
burros que escupen oro, cosas fantásticas. Pero nada se puede comparar
con el tesoro que he ganado yo y que llevo en mi saco.
El posadero se puso a escuchar con mucho interés. ¿Qué sería aquel
tesoro? A lo mejor, el saco estaba lleno de piedras preciosas; el ladrón del
posadero ya estaba pensando cómo quedárselas.
El tornerito tenía sueño; se tumbó sobre el banco y se puso el saco
de almohada; y el posadero, cuando creyó que el chico estaba dormido,
empezó a tirar despacito del saco, despacito, para cambiárselo por otro
saco. El chico, que estaba esperando aquel momento, gritó de pronto:
-¡Palo, fuera!
Y el palo salió del saco, y empezó a dar una paliza al posadero, que
le dejó hecho un pelele. El posadero gritaba: ¡Perdón, perdón!
Y cuando más gritaba, más le pegaba el palo. Por fin, el hombre se
cayó al suelo, y el chico le dijo:
-Si no me das la mesita mágica y el burro de oro, el palo te seguirá
pegando.
-¡Que no me pegue más, por favor! ¡Te daré todo lo que me pidas!
-Bueno, te perdonaré, pero cuidado con engañarme a mí. ¡Palo,
adentro!
El palo se metió dentro del saco, y el posadero respiró tranquilo.
A la mañana siguiente, el tornerito salió de la posada: llevaba la
mesita mágica de su hermano mayor y el burro de oro de su segundo
hermano. Al llegar a su casa, el sastre se alegró muchísimo y le preguntó
qué había hecho por el mundo.
-He aprendido el oficio de tornero, padre.
Buen oficio, buen oficio... Y ¿qué me has traído de tus viajes?
Traigo algo estupendo: un palo dentro de un saco.
-¿Eh? ¿Un palo dentro de un saco? ¡Valiente cosa! Palos tienes por
aquí todos los que quieras; puedes cortarlos de cualquier árbol.
Pero no como el mío, padre. Mi palo está encantado, y cuando le
digo: “¡Palo fuera!”, da una paliza tremenda a quien yo quiera. Y gracias
a este palo he traído la mesa mágica y el burro de oro de mis hermanos;
se los había robado un posadero, y ahora ya tienen aquí sus tesoros.
Llámales, y llama también a nuestros parientes, que les vamos a dar de
comer y beber, y a llenarles los bolsillos de monedas de oro.
El viejo sastre no se fiaba demasiado, después de lo que había
pasado al llegar sus hijos mayores; pero llamó a sus parientes. 
El tornerito puso una sábana en el suelo, debajo del burro, y dijo a
su segundo hermano:
-¡Anda, hermano, dile al burro lo que tú sabes!
El molinero dijo:
-¡Brikibrit!
Y el burro soltó una lluvia de monedas de oro, por delante y por
detrás. Todos los parientes se tiraron al suelo a coger las monedas, y se
llenaron los bolsillos.
Entonces, el tornerito sacó la mesa mágica y dijo a su hermano
mayor:
-¡Anda, hermano, entiéndete con ella!
El carpintero dijo:
-¡Mesita cúbrete!
Y la mesa, de repente, se cubrió con un mantel blanco, y con platos
y fuentes llenos de las cosas más ricas del mundo. Todos los parientes
se dieron un banquetazo, y el sastre estaba tan contento que no sabía
qué hacer: estuvieron reunidos hasta la noche, y el sastre guardó en un
armario sus agujas y sus hilos y desde entonces vivió como un rey y con sus
tres hijos.
Pero ¿qué había pasado mientras tanto con la dichosa cabra, la
culpable de la marcha de los tres hijos del sastre? Pues la cabra, muerta de
vergüenza porque le habían afeitado la cabeza, se escondió en la cueva de
una zorra; y cuando la zorra volvió del campo, vio que dos ojos brillantes
la miraban desde el fondo de la cueva, se asustó y se escapó corriendo. Un
oso, que la vio correr, le preguntó:
-¡Eh, hermana zorra! ¿Qué te pasa, que tienes esa cara de miedo? 
-¡Señor, señor! ¡En mi cueva hay un animal espantoso, con ojos de
fuego!
-No te pongas así, mujer. Vamos a echar a esa fiera de tu casa –dijo
el oso, y acompañó a la zorra hasta la cueva. Se asomó, miró, vio los ojos
que brillaban, le entró miedo a el también y echó a correr como un loco.
-Le vio una abeja, y le preguntó:
-Pero, amigo oso, ¿qué te pasa, que corres así?
-¡Ay, calla, calla! En la cueva de la zorra hay una fiera salvaje, con
ojos de fuego. Y no podemos echarla de allí.
-¡Qué bobo eres, oso! Me das pena. Ya ves, tan pequeñita como soy,
que ninguno me hacéis caso, y os voy a ayudar.
-Voló a la cueva de la zorra, se posó en la cabeza rapada de la cabra
y le picó con tanta fuerza, que la cabra saltó balando: “¡Bee, bee!”, y echó a
correr como una loca. Y desde entonces, nadie ha sabido más de ella.

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